S yracuse -- En el garaje de casa, sobre un par de neumáticos viejos, yace mi canoa. Es verde, de material sintético y con tres asientos, y pesa unas noventa libras. Allí, mi pequeño nieto y yo bogamos por los ríos y lagos de nuestra imaginación en el colorido otoño syracucense, remando el aire y mirando los carros pasar por la avenida...
Porque Syracuse está en el corazón de los Finger Lakes, media docena de lagos largos como dedos, que miran al sur. Y estas canoas de cuero, invento de los mohicanos, fueron en su tiempo el medio de transporte más usado --y más adecuado-- de esta región. Aun hoy, a pesar de la TV y los SUVs, siguen siendo una de las actividades más populares.
Durante todo el verano vemos pasar cientos de autómoviles con canoas sobre el techo, camino de los Adirondacks, el mayor parque estatal de EU. Allí, entre los cientos de pequeños lagos, se encuentra el paraíso del campismo. Y allí me dirijo con mi amigo y colega Bruce D., a pasar un buen fin de semana de vida al aire libre.
En el alto Adirondack, por Saranac Lake (donde hace algunos años tuvieron lugar las olimpiadas de invierno) se encuentra el Saint Regis Canoe Area, popularmente conocido como the land of the seven carries. Allá nos dirigimos a acampar y hacer portage, que es el cargar la canoa, con todas las vituallas del campamento adentro, en el corto trayecto de un lago a otro (que a veces puede ser hasta de un kilómetro, a través del bosque).
Los Adirondacks están bien preparados para esto. Dejamos el pisicorre (vagoneta, guayín) en un estacionamiento junto al lago y ponemos la canoa (con la tienda de campaña, etc.) en el agua, comenzando a remar por el pequeño lago. Al llegar a la otra orilla, sacamos la canoa del agua, la montamos en unas ruedas de bicicleta (¡ay, los años!) y metemos dentro lo que no podemos cargar en nuestras pesadas mochilas, y a empujar... La canoa se desliza sobre las ruedas por un agreste camino de tierra, entre raíces de pinos viejos, loma arriba y loma abajo, hasta llegar al lago siguiente. Allí, la volvemos a poner en el agua y vuelta a remar. Y así sucesivamente... hasta llegar al lago donde tenemos planeado hacer campamento.
Remamos buscando un lugar libre --porque no se acampa donde se quiere, sino donde el parque tiene preparado un sitio adecuado. Un descampado, limpio de árboles, junto al lago, con una rudimentaria cocina de piedra y suficiente lugar para poner una tienda de campaña. En uno de éstos desembarcamos y armamos nuestro tenderete.
Bruce, con su larga experiencia, dirige, y yo lo ayudo --excepto en lo de la hamaca, que es cosa de latinos más que de gringos. Allí, donde no llegan ni las señales de los cell phones, sólo puede oírse la onda corta, beber un buen vino tinto, conversar sobre temas profundos y admirar la alucinante puesta de sol entre los coníferos.
Es interesante ver cómo, en la tranquilidad del monte, hasta los extraños entienden las vicisitudes de la UMAP, aquellos campos de trabajo forzados para jóvenes disidentes cubanos (en aquella época ni así nos llamaban). O cómo se inician con interés en la onda corta o escuchan los cuentos de la vida en la Cuba de Fidel Castro.
Porque los viajes en canoa sirven para envolverse en sí mismos. Si va uno solo, para la introspección; si van dos, para la interacción. Allí se forjan grandes amistades y se abren los entendimientos. Así también paseaba yo con mis tres hijos, en mi canoa anterior, que tenía una pequeña vela triangular y un timón, cuando eran pequeños y estaban en casa...
Al llegar la noche, antes de meterse en la tienda, hay que poner toda la comida en la hamaca y colgarla de una alta rama de árbol, para evitar que los osos bajen al campamento y nos merienden --a pesar de la disuasiva pistola .9 mms. de Bruce. Al día siguiente, nos vamos a hacer más portages o cargaderas entre tantos otros lagos, grandes y pequeños, conversando largamente; y al atardecer regresamos otra vez al campamento... y otra vez a casa.
Es gran cosa la comunión con la naturaleza: nos induce a pensar. Nunca logré convencer a Bruce de la utilidad del embargo --pero al menos pude hacerle entender que, en una democracia, es una posición política, válida y legítima. Que viva la canoa.
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Profesor adjunto de Estadísticas en la Universidad de Syracuse.