Estamos sentados en el parque del Domus Aurea, la residencia de Nerón, frente al Coliseo Romano. Y vemos cómo, despaciosamente, baja y se esconde el sol tras la muralla incompleta de este circular monumento al tiempo y al imperio...
Podría recordar muchas cosas de nuestra semana en este bello e interesante país: las sinuosas y estrechas calles de la Siena medieval y su extraordinaria plaza mayor en forma de concha; el Ponte Vecchio de la Florencia renacentista, con sus tiendecitas de joyas, primer mall en el mundo sobre el puente de un río; o su extraordinaria catedral de mármoles blancos y verdes; su Piazza de la Signoria...Los grandes museos: el Vaticano, con su Capilla Sixtina construida por el papa Sixto --y no porque hubiesen quince otras capillas, como alguien me preguntó; el museo de la Academia, con su famoso David, o el del Uffizi, con la mejor galería de pinturas de toda Italia...
Podría recordar la cena en la terraza en la Piazza del Panteón, las caminatas de la Plaza de España hasta el convento donde parábamos, en la que obteníamos un sentido de la vida en esta gran capital; o las visitas a las grandes basílicas de San Pedro y de San Pablo Extramuros, con sus inigualables frescos y estatuas por los grandes maestros del renacimiento...
Mas, viendo bajar el sol tras el Coliseo, que tanta sangre vio correr para el solaz de codiciosos emperadores y la aturdida plebe, pienso en por qué algunos imperios han dejado su civilizacion y lengua tras de sí mientras otros sólo han dejado sangre y malos recuerdos.
A través de la historia han gobernado muchos pueblos. Algunos, como el romano y el español, han dejado tras sí religión, filosofía, estilo de vida, leyes que indudablemente han mejorado a aquellos pueblos, menos desarrollados, que habían conquistado, y han paliado, en cierta medida, el gran dolor infligido a través de la dura conquista.
Otros, como los turcos y los moros, a pesar de haber gobernado durante siglos, siempre fueron ajenos. Ni su lengua, ni su religión, ni su modo de vida fueron ampliamente aceptados por los pueblos conquistados. Como quistes vivieron durante la Conquista, y como quistes fueron expulsados tras la liberación.
¿Cuáles fueron, pues, las características de cada cual? Los romanos y españoles no sólo se impusieron por las armas, sino que se mezclaron íntimamente con la gente. A las buenas o a las malas establecieron su religión, propiciando esta amalgama de pueblos que, al devenir de algunos siglos, constituyeron a su vez pueblos nuevos.
¿Qué es, pues, el español de hoy sino la mezcla de celtas, iberos, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, visigodos, moros...? ¿Y qué somos los latinoamericanos sino la mezcla de estos heterogéneos españoles, indígenas, negros... al menos culturalmente, y a lo más, racialmente?
Por otro lado, moros y turcos, cartagineses y fenicios se interesaban mayormente en el comercio y la guerra. Mientras los pueblos sojuzgados les pagaran los impuestos y les proporcionaran hombres para el ejército, estaban satisfechos. Establecían ''rayas'' o divisiones religiosas que impedían una unión entre las gentes para constituir un solo pueblo.
He ahí la clave: en la Roma de divide et impera, la fusión entre conquistados y conquistadores fue tal que muchos emperadores como Trajano el español no fueron siquiera italianos. Moros y turcos, sin embargo, mantuvieron separadas las religiones para controlar a los sojuzgados. Y si bien esto permitió cierta convivencia y cooperación (poco usual en esta época) entre gentes de credos diferentes, también impidió su integración en un solo pueblo. Al final (como se ha visto en Bosnia), esta división ha producido mucha sangre. El mestizaje, sea cultural, religioso o racial, es posiblemente la mejor medida de la verdadera integración entre grupos diferentes.
En todo esto pensaba, caminando hacia Piazza Venezia, cargados de tanta linda artesanía y valiosos libros. Y también pensando en cómo regresar.
Director del Proyecto Juárez Lincoln Martí.
© El Nuevo Herald