Publicado el miércoles, 9 de enero de 2002 en El Nuevo Herald
JORGE LUIS ROMEU
Ha nacido el euro
JORGE LUIS ROMEU Cantabria, España -- Una tarde hace apenas tres años, en uno de mis viajes a la Universidad del País Vasco, terminábamos de comer fabulosamente en la Cofradía Gastronómica del Casco Viejo. Y me invitaron a ``ir a Francia a tomarnos un chupito'', ese licor tan tradicional tras una comida de veras...
Aquello no resultaba ningún problema pues la frontera está a sólo quince minutos de San Sebastián, así que en menos de media hora ya estábamos en Bayona, ciudad francesa muy bien conservada, con su castillo, murallas, calles adoquinadas y puentes sobre sus tres ríos. El problema surgió al salir del bar: el consumo era demasiado pequeño para cargarlo a una tarjeta de crédito, ya estaban cerradas las casas de cambios y el mesonero no aceptaba pesetas españolas. Resultado: tuvimos que regresarnos a buscar algunos francos y perdimos un viaje y dos horas de trasiego.
Esa situación, no poco frecuente en toda Europa, ya no existe desde el primero de este año. Ya no hay más francos ni pesetas, ni liras ni dracmas. Doce de los quince países de la Unión Europea han comenzado a operar con moneda única: el euro (que se cotiza a 90 centavos de dólar). Ahora se puede comprar y vender en euros en casi todos los países de Europa occidental. Y aun en aquéllos, como Inglaterra, que no han adoptado el sistema todavía, se aceptan euros en las principales tiendas y comercios de Londres, para no afectar el turismo.
Todo el mundo, desde el taxista hasta el gerente, ha esperado este momento con gran expectación pues todos comprenden las grandes ventajas que les traerá la moneda única. Y en algunos lugares como en Alemania, se han efectuado entierros simbólicos, muy simpáticos, pues han llevado en andas el ataúd del Deutsche Mark, con toda pompa, para depositarlo en una tumba del cementerio.
Pero la situación va mucho más allá de las evidentes y tangibles ventajas económicas. Porque lo que ha ocurrido en Europa es mucho más serio: se ha desmantelado otra de las vallas artificiales que tradicionalmente existían para aislar a los países y que contribuían a mantenerlos separados para beneficio de las elites en el poder. Me explico.
Antiguamente, además de los nacionalismos tradicionales (ésta es mi patria, que es mejor y más grande que la tuya: ésta es mi bandera, más bonita, etc.) existían variadas barreras que entorpecían el conocimiento mutuo de los pueblos, así como su trato.
El transporte por ferrocarril de Francia a Santander, por ejemplo, requería un cambio de tren al llegar a la frontera porque las vías férreas eran de distinto ancho (cosa hecha para entorpecer y retardar las comunicaciones). Y entre Galicia y Portugal, que están en la misma latitud geográfica, pasaba la línea de demarcación de las horas, teniendo uno que ajustar y reajustar el reloj tan sólo por cruzar la frontera. Entre Francia y Gran Bretaña estaba el Paso de Calais, que es tan estrecho que algunos han cruzado a nado. Sin embargo, los cínicos decían que entre lo sublime y lo ridículo hay sólo un paso (el de Calais). Y como éstos, muchos más.
Esta actitud se justificaba en la época de las guerras y las conquistas, en la edad media y moderna. Mas, desde fines de la Segunda Guerra Mundial, en que con la creación de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero se inició el movimiento de unidad en Europa, ya esta filosofía de divide et impera no tenía más justificación. Lo que la nueva Europa quería, lo que había aprendido en la dura experiencia del conflicto armado, era crear una unión que sirviera para fortificar una paz duradera. Y esta unión, para cimentarse con fuerza, no podía ser establecida desde arriba, sino desde abajo: unión de pueblos y sus intereses, que surge de las relaciones diarias entre los hombres y mujeres como tú y yo, y no de los concilios de los políticos. Con esto de la moneda única se da un paso más, decisivo y firme, para crear la verdadera Unión Europea.
De ello debemos nosotros, aquí en América, aprender también algo. Y Miami es un laboratorio sumamente interesante.
En Miami, un comerciante cubano de carnes vende sus productos a un argentino dueño de un restaurante, que a su vez sirve a una clientela de brasileños, colombianos o venezolanos. Todos pagan en el mismo metálico o utilizando el mismo sistema de tarjetas de crédito, por todos reconocido. ¿Podría Miami mantener su vitalidad si se requiriera el pago en pesos, otro en australes y el de más allá en bolívares?
Es un proceso largo y arduo, que requiere de mucha tenacidad e inteligencia. La Comunidad del Carbón y el Acero se creó en los años cincuenta y la implantación del euro ha tomado medio siglo. Y aún hay tres países de la Unión que no lo han aceptado. No se puede, pues, pensar que América Latina pueda, del día a la noche, lograr este gran paso de avance. Pero por algo, y en algún momento, se debe comenzar, si es que ésta quiere llegar a ser tenida en cuenta con seriedad en el mundo moderno.
Director del Proyecto Juárez Lincoln Martí.
© El Nuevo Herald
El Nuevo Herald invita a sus lectores a expresar su opinión en la sección Correo. Envíe su mensaje a opiniones@ elherald.com. Las cartas deben ser breves e incluir nombre completo, dirección, ciudad y teléfono del autor. El Nuevo Herald se reserva el derecho de publicar las colabo- raciones recibidas y de editarlas por razones de espacio, estilo, claridad o exactitud. Lamenta- blemente, no podemos responder ninguna carta ni publicar todas las que recibimos.
|