Sentados en un café de la Plaza de la Bastilla, tomando vino tinto, pasamos nuestra última tarde en París. Desde la ventana veo la alta columna que con un ángel dorado, como el del Paseo de la Reforma en Ciudad de México, conmemora la revolución de 1830, que derrocó al último rey Borbón e instauró a Luis Felipe, ''el rey burgués'' y la monarquía parlamentaria. La Bastilla, bastión medieval que, como un pozo negro, se tragaba a los que se oponían al régimen oficial, igual que se tragaba la Cabaña a los opositores del castrismo, o los cuarteles de Buenos Aires a los montoneros durante la guerra sucia... ¿Qué cosas recordar de todos estos días de intenso caminar por esta ''ciudad luz''? ¿La exquisita catedral de Nuestra Señora, o la Iglesia del Sagrado Corazón, con su excepcional vista de toda la ciudad? ¿Los museos del Louvre y de Orsay, con sus famosas pinturas clásicas e impresionistas, o el museo militar y la tumba de Napoleón, en los Inválidos? ¿Recordaremos la visita a la Sorbona o a los colegas de Radio Francia Internacional? ''Háblame de Jatibonico, de Taco-Taco y Tacón'', dice la guaracha del Willy. Pero, sin dudas, el ver un poco de mundo nos enseña a ser más humildes y a medirnos en nuestra justa proporción.
Porque Francia dio a los enciclopedistas, con sus ideas de libertad e igualdad. Y más tarde dio la revolución, que las llevó a la práctica, aunque con grandes extremismos. Y a Napoleón, que las aplicó en un contexto más ecuánime y las expandió por el resto de Europa. Dio también Francia grandes músicos, poetas, escritores, pintores, así como científicos, políticos y filósofos.
Mas, cuando pienso en Francia, lo que más me sorprende es la forma, tan intensa como indirecta a veces, en que esta gran nación influyó sobre los destinos de ''nuestra América'', como nos llamara Martí, hasta el punto de cambiar el curso de nuestra historia.
Francia, apenas unos años antes de la guerra de independencia de EEUU, perdió en la guerra con Inglaterra el Canadá y los territorios entre los Apalaches y el Mississippi. Esto permitió a EEUU, ya independiente, extenderse al gran río y permitió al Canadá nutrirse de los exiliados anglosajones de la guerra de independencia americana.
Algunos años más tarde, para hacer frente a sus guerras en Europa (y evitar correr la suerte que más adelante siguieron España, con las Floridas, y México, con Texas y California) vendió Francia la Luisiana a EEUU. Esto les proporcionó la oportunidad de extenderse hasta el Pacífico...
Poco después, los ejércitos de Napoleón invadían España y Portugal, creando las condiciones para que las juntas formadas en las colonias de América se declararan independientes, fundando 19 repúblicas iberoamericanas, pues Haití ya se había independizado violentamente tras la revuelta de sus esclavos. Y, a consecuencia de esta revuelta, habían huido a Cuba miles de colonos franceses blancos, sembrando el pánico entre los criollos terratenientes, quienes aterrados de que una revuelta similar se produjera en Cuba con el mismo resultado, retrasaron por casi un siglo la independencia del país.
Fue, por fin, en épocas del emperador Napoleón III, sobrino de Napoleón el grande, cuando Francia decidió emprender una nueva aventura colonizadora en América, continuando así su ya exitosa colonización de Argelia, Africa occidental y Vietnam. Los franceses aceptaron la invitación de los conservadores mexicanos, opuestos a las leyes de reforma dictadas por Juárez, y organizaron una coalición (con Inglaterra y España) para imponer al emperador Maximiliano como gobernante de la nación azteca.
Los EEUU por aquella época se encontraban enfrascados en su cruenta guerra civil. Y los europeos se aprovecharon para conquistar las débiles y nacientes repúblicas de más al sur. Entonces el benemérito don Benito, fusilando a Maximiliano en el Cerro de las Campanas, destruyó sus ambiciones y sueños de reconquista y mandó un claro mensaje a toda Europa de que, en América, el colonialismo ya no caminaba.
En todo esto pensaba, mientras terminaba mi vaso de Bordeaux, que no es como el vino de plátano o de papaya de mi tierra de azúcar, tan querida y recordada. Y pensaba cómo, al igual que los caracoles, escargot, franceses, llevamos nosotros siempre nuestra tierra a la espalda, por donde quiera que vayamos.
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Profesor investigador de Syracuse University y director del Proyecto Juárez-Lincoln-Martí.